Una tarde en casa de los abuelos José
María Romero Lora
Badajoz, Julio de 2012
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Me animo a escribir
estas líneas tanto para regocijo personal, pues disfruto mucho
con este
recuerdo, como para compartir esta breve historieta (al estilo abuelo
cebolleta) con
mis primos más jóvenes y terceras generaciones…
La cosa empezaba por la mañana, habitualmente viernes o sábados, cuando mi madre, (la tita Manoli), nos decía con una ilusión desbordante:
Entrada en el portal --"Niños no corráis". Y carrera por ver quién llegaba primero a la puerta de la abuela, (no es por presumir pero siempre ganaba yo). Nueva agrupación de “tropas”, llamada al orden y… al timbre:
A partir de ahí cada uno buscaba su espacio en ese pequeño “parque de atracciones” que era para mí la casa de los abuelos. Mi madre solía irse con la abuela a la cocina, supongo que a preparar, junto con Virginia, algo para alimentar tanto niño suelto por la casa. Mi padre, (“tío Pepe”), se sentaba en la mesa del salón con el abuelo a hablar de las cosas importantes y aburridas de la vida (eso me parecía a mí entonces) mientras el abuelo se liaba un pitillo de tabaco picado (tan de moda hoy en día), con su blusa “cubana” bien planchada y alguna pequeña quemadura en el mantel. Por cierto, siempre tuve la curiosidad de jugar con la lupa que tenía encima de la mesa, aunque nunca me atreví a cogerla. Mis hermanos también iban a su aire: Isa entraba en la habitación de Llille y Loli a jugar con las muñecas y a hablar de cosas de chicas (recuerdo un xilófono en esa habitación que me encantaba trastear); Sonia cerquita de mi madre agarradita siempre a su falda o jugando con sus “barriguitas” y Guillermo, tan bueno como siempre, aparcado en cualquier rincón, se distraía con cualquier cosa. A mí me faltaba tiempo para mis pasatiempos favoritos:
Lo más triste era la despedida. El abuelo se levantaba y nos besaba uno a uno para después la abuela hartarnos de abrazos y más besos sonoros (nunca se nos olvidarán). Cuando nos montábamos en el coche y pasábamos bajo la fachada, el abuelo nos despedía desde la ventana de su habitación y la abuela desde el pequeño balcón en el que siempre estaba su mecedora ... A mí me encantaba sentarme en ella y observar desde allí la calle. Aún hoy, cuando paso por la esa calle, me cuesta trabajo mirar hacia arriba. Sé que les pasa también a mis hermanos y seguro que a muchos de mis primos mayores. Supongo que seguimos pensando que el abuelo sigue en la ventana y la abuela en el balcón, sentada, con su sonrisa eterna, tirándonos besos y velando por nosotros desde su trono de gloria. ******
Badajoz, 17 de Julio de
2012, una tarde de mucho calor
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Notas del editor (CRZ).- | ||
(1) | Era una mandolina,
pero no la original, pues la compró mucho después, en los
años 70. |
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(2) | Una grabadora
"Geloso", con cintas magnéticas. -> Ver una imagen de la grabadora |