Una tarde en casa de los abuelos

José María Romero Lora
Badajoz, Julio de 2012

        
 


 Me animo a escribir estas líneas tanto para regocijo personal, pues disfruto mucho con este recuerdo, como para compartir esta breve historieta (al estilo abuelo cebolleta) con mis primos más jóvenes y terceras generaciones…
  La cosa empezaba por la mañana, habitualmente viernes o sábados, cuando mi madre, (la tita Manoli), nos decía con una ilusión desbordante:
  • "¡Niños, esta tarde vamos a casa de la abuela Matilde!" --no hay que explicar la adoración que mi madre siempre tuvo por la abuela-- "tenedlo todo bien recogidito para que podamos salir pronto".
  • “¡Bieeeeeeennn!” --contestábamos los cuatro al unísono; bueno, en mis primeros recuerdos mi hermano Guillermo era aún pequeñín y a lo mejor solo sonreía.
  La aventura ya empezaba en el vehículo familiar: todos bien agrupaditos en la trasera del formidable 124 amarillo de mi padre.  El trayecto hasta “el Tardón” pasaba rápido entre bromas, empujones y algo de calor (el aire acondicionado en los coches creo que fue un invento de finales de los 80). Por fin la calle López de Gomara; todos abajo y un último toque maestro de mi madre para que todos estuviéramos bien lustrosos e impecables.

  Entrada en el portal --"Niños no corráis".
 Y carrera por ver quién llegaba primero a la puerta de la abuela, (no es por presumir pero siempre ganaba yo). Nueva agrupación de “tropas”, llamada al orden y… al timbre:
  • --"¡Siiiiiiiiiiii...!". --Abría la tita Virginia.
  Tengo grabada su eterna voz juvenil como si fuera ayer. Lo cierto es que no le ha cambiado nada. Seguro que no siempre abría ella, pero es a la que más recuerdo en ese instante.
  • --"Somos nosotros".
  Apertura de puerta y aluvión de besos. Los de la abuela sonoros y llenos de ternura, (hacíamos cola para abrazarla). Virginia cariñosa hasta el límite y exagerada comentando a viva voz lo guapísimos que estábamos todos, (qué bien nos hacía sentir aunque fuéramos solo “normalitos” tirando a monos). El abuelo sobrio, en su mesa, con mirada serena, nos imponía algo de respeto y con una tierna sonrisa se dejaba besar. También coincidíamos mucho con Llille, Loli, (adolescentes y encantadoras), y a veces con tío Carlos que todavía pululaba en el hogar materno con su aire de universitario, que sigue manteniendo intacto hoy en día.

  A partir de ahí cada uno buscaba su espacio en ese pequeño “parque de atracciones” que era para mí la casa de los abuelos. Mi madre solía irse con la abuela a la cocina, supongo que a preparar, junto con Virginia, algo para alimentar tanto niño suelto por la casa. Mi padre, (“tío Pepe”), se sentaba en la mesa del salón con el abuelo a hablar de las cosas importantes y aburridas de la vida (eso me parecía a mí entonces) mientras el abuelo se liaba un pitillo de tabaco picado (tan de moda hoy en día), con su blusa “cubana” bien planchada y alguna pequeña quemadura en el mantel. Por cierto, siempre tuve la curiosidad de jugar con la lupa que tenía encima de la mesa, aunque nunca me atreví a cogerla.

  Mis hermanos también iban a su aire: Isa entraba en la habitación de Llille y Loli a jugar con las muñecas y a hablar de cosas de chicas (recuerdo un xilófono en esa habitación que me encantaba trastear); Sonia cerquita de mi madre agarradita siempre a su falda o jugando con sus “barriguitas” y Guillermo, tan bueno como siempre, aparcado en cualquier rincón, se distraía con cualquier cosa. A mí me faltaba tiempo para mis pasatiempos favoritos:
  •   Leer unos magníficos libros con comics y aventuras Disney que estaban en el mueble del salón. El de "Lamberto y las ovejas" era mi preferido. Creo que Lamberto era un león que se creía oveja y las salvaba del lobo tirándolo por un precipicio de un cabezazo.

  •   Tocar, cuando me dejaban, la bandurria o mandolina (nunca supe bien que era) del abuelo, que fue tuno de joven y la mantenía lustrosa y nueva como el primer día (1).

  •   Escuchar si se terciaba a Carlos con su guitarra cantando a lo Jorge Cafrune "Zamba de mi Esperanza". Todavía me acuerdo de la letra y de la melodía... y de lo bien que cantaba (y seguro sigue cantando).

  •   Observar atónito el funcionamiento de una grabadora que estaba en el "cuarto de las niñas" y que para mí era un invento del siglo XXI. Tenía cartuchos de cinta como los de los antiguos proyectores. ¡Un alucine! (2).
  •   Investigar en el cuarto de Carlos (puede que "tío Pedro" estuviera todavía por allí) y observar los peces que tenían en un acuario que a mí me parecía el más bonito del mundo.

  •   Romper cosas... No es algo que hiciera a propósito, pero de pequeño, fue uno de mis pasatiempos favoritos, aunque lo hiciera sin querer. Pido perdón si alguno de mis tíos descubrió algo roto en esa época y no apareció el culpable… Etc., etc...
  A veces llamaban a la puerta y aparecía el tío Manolo con Anita y los primos o, Fernando con la tía Veli y las primas Mariola y Maribel, o Julio, Rafa y las primas (en alguna de sus visitas), o Quique y la tita Manoli, o Nela con más primos, o... En estas ocasiones la “juerga” estaba garantizada y las “mamás”, con la abuela a la cabeza iban y venían de la cocina con platos llenos de huevos y patatas fritas. ¡Que ricos estaban!

 Lo más triste era la despedida. El abuelo se levantaba y nos besaba uno a uno para después la abuela hartarnos de abrazos y más besos sonoros (nunca se nos olvidarán). Cuando nos montábamos en el coche y pasábamos bajo la fachada, el abuelo nos despedía desde la ventana de su habitación  y la abuela desde el pequeño balcón en el que siempre estaba su mecedora ... A mí me encantaba sentarme en ella y observar desde allí la calle.

  Aún hoy, cuando paso por la esa calle, me cuesta trabajo mirar hacia arriba. Sé que les pasa también a mis hermanos y seguro que a muchos de mis primos mayores. Supongo que seguimos pensando que el abuelo sigue en la ventana y la abuela en el balcón, sentada,  con su sonrisa eterna, tirándonos besos y velando por nosotros desde su trono de gloria.
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Badajoz, 17 de Julio de 2012, una tarde de mucho calor



Notas del editor (CRZ).-
(1) Era una mandolina, pero no la original, pues la compró mucho después, en los años 70.

(2) Una grabadora "Geloso", con cintas magnéticas. -> Ver una imagen de la grabadora