El vendedor de barquillos. Cádiz, 1916

Todas las tardes pasaba por la calle el vendedor de barquillos. Saludaba al abuelo al pasar por delante de la sastrería y éste, cada vez que podía, salía a comprarle un barquillo y se lo subía a su nieto de dos años (mi padre, el abuelo Manolo), que vivía en el piso de arriba.

Un día, estando el niño en el cierro (balcón cerrado típico de Cádiz) y al ver que el vendedor pasaba de largo, se puso a gritar con todas sus fuerzas para llamar su atención. Pero el que salió a la calle fue su abuelo enfadado. Con mucha educación le pidió disculpas al barquillero y le rogó que subiera con él, para que el niño se disculpara por la forma que había tenido de llamarle. El buen hombre lo comprendió y le regalo un barquillo. El abuelo, como no podía ser de otra manera, no consintió dárselo ese día.

En un rinconcito de su mente infantil se guardó el rencor por no haber recibido ese barquillo. Cuando llegó su chacha, Doña Encarnación, las lágrimas le caían a borbotones. Ella, que se hacía cargo de él mientras su madre daba a luz a su tercer hijo, permitió que se desahogara arañando la foto del abuelo, pero supo inculcarle con paciencia y mucho amor todo lo que necesitaba para hacer de él un niño bueno y aplicado.

Doña Encarnación, “mi chacha”, como él la llamaba, forjó el carácter del abuelo Manolo con lecturas y cariño. A los 3 años ya era capaz de leer las fábulas de Iriarte. Ella lo llevaba a misa y lo acompañó al altar el día de su primera comunión.

Cuando murió, allá por el año 1926, lloró tanto que lo castigaron. Siempre tuvo presente su cariño y sus enseñanzas. En la “semblanza” autobiográfica que mi padre escribió le reservó la siguiente estrofa:

“De chacha aristocrática
cogido de la mano
procesión y verbena.
Sopa de hierbabuena
y camita temprano.”

Poco tiempo después, cuando mi padre tenía 15 años, el abuelo enfermó y el nieto tuvo ocasión de demostrar lo que su chacha le inculcó. Cuidaba de él, le hacía los flanes que tanto le gustaban, le leía la prensa y lo aseaba cada día. Así fue como el abuelo Manolo dejó de ser un niño y empezó a ser un hombre.

Narración de la Tía Virginia, Tomares, año 2007